Por @Alvy — 19 de enero de 2022

STS-27 crew poses for inflight portrait on forward flight deck with football / NASA

Alguien redescubrió una vieja y a la vez tremenda anécdota de la misión STS-27 del transbordador espacial Atlantis en 1988, una de las misiones militares «clasificadas» para poner satélites en órbita, que estuvo a punto de acabar en desastre. Está contada con detalle por Mike Mullane en Riding Rockets: The Outrageous Tales of a Space Shuttle Astronaut, un libro que tiene pinta de ser muy interesante y en SpaceflightNow hace años.

El caso es que a los 85 segundos del despegue del Transbordador Atlantis –era el segundo lanzamiento tras el desastre del Challenger– se desprendió un trozo de aislante del cohete de combustible sólido de estribor, dañando ni más ni menos que 700 losetas térmicas de las que utilizaba el transbordador. Ya se sabía que la pérdida de losetas podía ser un grave problema, pero en las imágenes de televisión no se veía gran cosa. Así que una vez en órbita lo ingenieros de la NASA pidieron que utilizaran el brazo robótico para tomar imágenes y evaluar la situación.

Cuando los astronautas grabaron la zona del ala de estribor se quedaron acongojados: algunas losetas parecían haber desaparecido, cientos de otras estaban dañadas e incluso había daños en los paneles de fibra de las alas. Según contaba Mullane «sabíamos que si alguna loseta había llegado a perforar los paneles de fibra de carbono del borde de ataque del ala éramos hombres muertos.»

STS-27 damage / NASA

El ambiente en la lanzadera era todo ansiedad y desesperación: «Habíamos visto con nuestros propios ojos que íbamos a morir todos», explicaba Gibson, el comandante de la misión. El caso es que al comunicarse con Control de Misión en Houston los astronautas tenían esperanzas de que pudieran darles alguna idea o solución: una reparación de emergencia, modificar la trayectoria de reentrada… Pero simplemente les pidieron que enviaran el vídeo encriptado para evaluarlo mejor; al fin y al cabo, era una misión «secreta».

Esa forma de comunicación resultaba poco práctica en 1988 porque se hacía fotograma a fotograma y se trataba de imágenes a muy baja resolución. Así que cuando recibieron el vídeo en Control de Misión resultó ser de poca calidad y no pudieron evaluar bien los daños. Pensaban que los astronautas se habían confundido y estaban viendo sombras y luces en el exterior de la nave. De modo que les contestaron que todo estaba bien y no había por qué preocuparse. Que los supuestos daños no eran para tanto. Y aunque los astronautas volvieron a repetir: «Estamos viendo grandes daños desde el exterior» no consiguieron hacerles cambiar de idea.

Sorprendidos por el panorama, los astronautas se dieron cuenta de que tampoco había gran cosa que hacer: no contaban con material para hacer reparaciones, ni forma de llegar a la zona dañada y aunque hubieran intentado maniobrar en la reentrada jamás se había intentado nada parecido. Más bien pasaron el tiempo pensando en que iban a palmar, imaginando en su cabeza losetas volando y metal fundido, en escribir sus últimas voluntades y cosas así. Se encomendaron a la suerte y no hablaron mucho más del tema, aunque la tensión era más que patente. Gibson, que era el comandante, les sugirió a todos que se relajaran y disfrutaran del viaje porque, «total, ya no había nada más que pudieran hacer».

A la hora de volver a Tierra, Gibson calculó mentalmente qué sucedería si la cosa se empezaba a poner fea y la nave se incendiaba: notarían un aumento del rozamiento en el ala dañada, el sistema automático intentaría compensarlo, habría cierto alabeo… Y si llegaba a haber más de medio grado de diferencia sobre el cabeceo y balanceo previstos sería señal que algo iba rematadamente mal. Así que se mentalizó de que si notaba esa señal todo iba a acabar en desastre de forma inminente, pero que aún así «todavía tendría 60 segundos para decirle a los de Control de Misión lo que opinaba de su análisis.»

Por suerte nada eso sucedió y la lanzadera aterrizó en la Base de la Fuerza Aérea Edwards poco después. Al salir comprobaron los daños: más de 700 losetas dañadas a lo largo de la mitad de la panza del Atlantis y una de las alas. Eran los peores daños con los que haya aterrizado nunca una lanzadera.

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Muchas de las sensaciones y predicciones que Gibson y Mullane vieron pasar por su cabeza se confirmaron años después con el accidente del Columbia, que tuvo un percance similar con las losetas durante el despegue, menos extenso pero justo en uno de los paneles del borde de ataque. Por desgracia en ese otro caso también hubo graves problemas de comunicación y entendimiento acerca de la magnitud del problema, antes de su triste final.

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Foto (DP) Tripulación de la STS-27 / NASA @ Wikimedia.

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