Hace unos días Wicho expresaba cierta aversión por la Humanity Star, el pasajero secreto y sorpresa del primer cohete de Rocket Lab. Y con motivo: básicamente se trata de un artilugio que no sirve para nada. Basura espacial (o “grafiti espacial”) y “una intrusión no deseada en un entorno cada vez más saturado de objetos” que además puede entorpecer estudios y observaciones, “especialmente desde observatorios de Hawaii o Chile que son especialmente sensibles”, según The Washington Post. E incluso al Hubble.
La creciente puesta en órbita de satélites pequeños —recientemente la India ha colocado en órbita hasta 104 de ellos, de golpe— puede acercarnos rápidamente al escenario descrito en Síndrome de Kessler, una especie de efecto dominó provocado por un volumen tan alto de objetos y de basura espacial en órbita que los objetos empezarían a chocar entre sí con mayor frecuencia, produciendo más basura especial que incrementaría todavía más la frecuencia de los choques, produciendo más basura que... y así sucesiva e indefinidamente hasta que todo quede “aniquilado” en una especie de “Nagasaki orbital.”
La Humanity Star tiene sin embargo los días contados. Se puede considerar como una “valla publicitaria” que permanecerá en el espacio unos nueve meses antes de perder su órbita y caer a la Tierra, donde se quemará en la atmósfera.
En Scientific American, Twinkle, Twinkle, Satellite Vermin,
A la mayoría no le parecería bonito que yo pusiera una luz estroboscópica cegadora en un oso polar, o que colocara el logo de mi compañía en la cima Everest. Colocar una esfera brillante en el cielo es igual de inaceptable. Definitivamente es un recordatorio de nuestro frágil lugar en el universo porque contamina algo que urgentemente necesitamos conservar.
Hay que ver que nos gustan las escombreras, en la tierra como en el cielo.
Fotografía: The Humanity Star.
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