El primer grupo de astronautas de la NASA, los siete del Mercury, estaba formado exclusivamente por hombres, entre otras cosas porque uno de los requisitos de la agencia era que fueran pilotos de prueba con experiencia en reactores militares. Y en aquella época las mujeres no podían entrar en las academias de vuelo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
Sin embargo William Randolph Lovelace II, uno de los investigadores que ayudó a diseñar las pruebas que tuvieron que pasar los candidatos a astronauta, sentía curiosidad acerca de si una mujer sería capaz de superarlas.
Así que invitó a Geraldyn «Jerrie» M. Cobb, una conocida aviadora de la época, a someterse a esas mismas pruebas. Cobb pasó con éxito las tres fases en las que se dividía el programa de pruebas, con lo que ella y Lovelace, animados con esos resultados, se plantearon reclutar a más mujeres que se sometieran a las pruebas. Para ello contaron con el apoyo económico de Jacqueline Cochran, otra aviadora de la época.
De las 19 mujeres a las que propusieron pasar estas pruebas 12 consiguieron terminar la primera fase, y algunas llegaron incluso a someterse a la segunda fase de pruebas. Pero cuando las más avanzadas iban a ir a la Escuela de Medicina de la Aviación Naval para la tercera fase todo quedó parado porque la armada de los Estados Unidos no dio su permiso para utilizar sus instalaciones por no tratarse de un proyecto oficial.
Jerrie Cobb y Janey Hart, una de las 12 nuevas «reclutas» intentaron poner de nuevo en marcha el proyecto escribiendo al presidente Kennedy y al vicepresidente Johnson; incluso hubo audiencias en el senado… pero por una parte Jacqueline Cochran, sorprendentemente, testificó que creía que establecer un programa de entrenamiento para mujeres podía perjudicar al programa espacial, y por otra algunos representantes de la NASA y el mismo John Glenn testificaron que bajo las condiciones vigentes de selección las mujeres no podían ser astronautas porque no podían ser pilotos de prueba y la NASA no quiso saber nada de convalidar su experiencia en aviones de hélice, y eso que algunas de las Mercury 13, como son conocidas desde hace unos años, tenían más horas de vuelo que alguno de los Mercury 7.
Así que nunca sabremos si podría haber habido mujeres estadounidenses en órbita en la década de los 60 o de los 70; hubo que esperar a que Sally Ride, miembro del grupo de astronautas seleccionado por la NASA en 1978, el octavo de su historia, se convirtiera en la primera astronauta de la NASA en salir al espacio en 1983.
Su historia está en Almost astronauts, un libro de Tanya Lee Stone.
(El libro, vía Ana Ribera).
Relacionado,