Cada vez es más habitual que los satélites artificiales sobrevivan con creces a su tiempo previsto de funcionamiento. Y muy a menudo si hay que dejar de utilizarlos es porque se quedan sin combustible. Esto obliga o bien a desorbitarlos o a colocarlos en una órbita cementerio –si se cumplen los compromisos al respecto, aunque eso es otra historia–. Pero no deja de ser un desperdicio de un satélite en perfecto estado de funcionamiento.
Por eso desde hace tiempo se viene investigando la posibilidad de, de alguna manera, prolongar la vida de esos satélites. Una idea es recargarlos de combustible, aunque por lo general no están pensados para repostar en órbita. Otra idea es acoplarles una unidad propulsora con combustible y motores que se encargue de maniobrarlos.
Y eso es justamente lo que hacen los Mission Extension Vehicle, Vehículo de extensión de la misión de Northrop Grumman. En febrero de 2020 el MEV–1 se acopló al Intelsat 901, dándole cinco años más de vida útil; el MEV–2 acaba de hacer lo propio con el Intelsat 10–02.
Es sin duda una buena noticia para los dueños del satélite; pero también lo es de cara a mantener la órbita terrestre tan limpia como sea posible de basura espacial.
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