Aunque los humanos somos tirando a guarretes con nuestro planeta tenemos bastante consideración a la hora de enviar cacharros a otros planetas o lunas en los que existe la remotísima posibilidad de que haya habido vida en el pasado o incluso en la actualidad. Así que los mandamos muy limpitos, aparte de evitar que los cohetes que los lanzan lleguen allí.
En esta imagen un técnico de la Agencia Espacial Europea está tomando muestras de la superficie de la antena del instrumento Wisdom, de Water Ice Subsurface Deposit Observation on Mars, un radar capaz de penetrar bajo la superficie de Marte para ver si allí hay hielo de agua. Es, de hecho, la antena que viajará a Marte –esperemos– en 2020 con el rover ExoMars.
El proceso se lleva a cabo en una sala ultralimpia en la que hay menos de 10 partículas de menos de una milésima de milímetro en cada metro cúbico de aire cuando en el aire sin filtrar puede haber millones de partículas en ese volumen.
Luego se somete la antena a un tratamiento térmico destinado a eliminar el 99,9% de los posibles contaminantes biológicos que pueda llevar encima y se hace lo mismo con las muestras tomadas. Luego se analizan y se calcula si –en este caso–la antena ha quedado lo suficientemente esterilizada.
Este tipo de precauciones son exigidas por el Tratado sobre el espacio ultraterrestre, en vigor desde 1967, que entre otras cosas prohibe enviar misiones a ninguna zona en la que pueda haber agua por miedo a contaminarla con vida terrestre. Por eso todo lo que enviamos a Marte ha de ir convenientemente desinfectado… y aún así hay zonas de Marte a las que no podemos ir.
El Tratado es también algo a tener en cuenta de cara a diseñar una misión que explore el mar subterráneo de Encélado, un entorno que, por paradójico que pueda parecer, tiene pinta de ser mucho más amigable que la superficie de Marte en la actualidad para el desarrollo de la vida.