Muy poca gente cree en Dios. Cuatro mil millones dicen que creen en Dios, pero muy pocos son creyentes realmente. Si la gente realmente creyera en Dios, dedicarían cada minuto de sus vidas en favor de esa creencia. Los ricos darían sus bienes a los necesitados. Todo el mundo se volvería loco para determinar cuál de las religiones es realmente la verdadera. Nadie estaría satisfecho sabiendo que tal vez hubieran elegido la religión incorrecta, arriesgándose a la condenación eterna, a una mala reencarnación o a cualquier otra impensable consecuencia (…) A cierto nivel, todos sospechan que los demás no creen su propia religión más de lo que ellos mismos creen en la suya (…) y también que las probabilidades de haber elegido la religión correcta –si es que tal cosa existe– son prácticamente nulas.
– Los escombros de Dios (Scott Adams, 2001).