En San Petesburgo está el Museo de Máquinas Recreativas Soviéticas, una especie de museo/bar/recreativas que ya mencionamos por aquí hace más de una década y que visitó hace unos años Sergey Baklykov de Real Russia. Ahora ha evolucionado y es casi una especie de «museo de la nostalgia», donde no sólo hay máquinas recreativas sino también un museo de olores de la infancia soviética, algo de electrónica para el hogar y mucho más. Una atmósfera delicada de conseguir, digna de arqueólogos del pasado reciente.
La visita es rápida y explica cómo funciona el sitio, que no es muy diferente de la de sitios más cercanos a nosotros como el Museo Arcade Vintage de Alicante. Pagas la entrada –unos 6 euros– y te dan monedas de 15 kopecs para jugar (un kopec es como un céntimo de rublo, aunque apenas tiene valor hoy en día). Deben ser algo parecido a las monedas de 5 ó 25 pesetas de antaño.
Hay un grupo de máquinas recreativas que deben ser de los 60 y 70 principalmente mecánicas, algunas se diría que incluso «simuladores», la mayor parte militares con temas como submarinos, rifles, aviones de combate, cacerías, conducción, deportes, pinballs… Las pantallas suelen ser luces y piezas móviles; la electrónica está hecha a base de relés mayormente; en aquella época apenas había microchips. Puede que veas alguna recreativa que te suene –como Safari, Submarino o alguno de los de conducción– porque o bien llegaran a España o bien son copias de otras más conocidas. Entre las rarezas: una especie de Trivial sobre señales de conducción (!) Buena forma de aprender para sacarse el carnet. Aparte de eso también hay algunos videojuegos más modernos.
Además de eso tienen una exposición titulada olores de la niñez donde los fans de olfatear materiales antiguos pueden oler en unas vitrinas de cristal desde libros de texto a algunos alimentos. Hay algunos bastante raros, en especial uno que parece regaliz. Dice el narrador que «huelen auténtico, aunque un poco sintético». En otra sala con sofás –lo que hoy se llamaría un chill-out– tienen equipos electrónicos de alta fidelidad, radio-transistores, vinilos, aspiradoras antiguas e incluso una cabina de teléfono con pinta de ser muy resistente.
En general todo parece bastante bien conservado y agradable, con espacio para reuniones y proyecciones. Las máquinas funcionan, que es lo importante, y el ambiente resulta una curiosa mezcla de modernidad y antigüedad, incluyendo coches viejos a la entrada, máquinas expendedoras de agua con gas –que se ve que es algo típico de allí– y muchos otros detalles. Seguramente merezca una visita si algún día pasas por San Petesburgo. O por Moscú, donde parece que hay otro de la misma «cadena».
(Vía The Awesomer.)
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