Por @Wicho — 27 de julio de 2016

El algoritmo de Ada por James Essinger

Martes 15 [de agosto de 1843] Vi a AAL esta mañana y rechacé todas sus condiciones.

– Charles Babbage

5 estrellas: un intrigante vistazo a lo que pudo ser El algoritmo de Ada: la vida de Ada Lovelace, hija de lord Byron y pionera de la era informática. James Essinger. Gibson Square, 2013.

Por la época en la que nació Augusta Ada Byron, más conocida como Augusta Ada King, Condesa de Lovelace, o simplemente como Ada Lovelace, tenía todos los boletos para recibir una educación básica destinada a enseñarle a moverse en sociedad, tener satisfecho a su marido, y gestionar el hogar conyugal.

Pero su madre, Anna Isabella Noel Byron, a diferencia de lo que era habitual en aquel entonces, se empeñó en que su hija recibiera desde pequeña una buena educación. Además, Ada era fruto del desastroso matrimonio entre Lord Byron, así que su madre, empeñada en hacer todo lo posible para que no saliera a su padre, dio especial importancia a las matemáticas en su educación para poner coto a la imaginación de Ada.

En este sentido Lady Byron no consiguió que la imaginación de su hija quedara aplacada –hay cartas suyas que hablan de máquinas que le permitirían volar– pero sin embargo si hizo que a Ada le encantaran las matemáticas, algo que Lady Byron fomentó a pesar de que en opinión de algunas de sus amistades podía tratarse de una rama del conocimiento demasiado exigente para el frágil cerebro de una mujer.

Así que cuando en el verano de 1833 ambas conocieron a Charles Babbage y este les habló de su Máquina de Diferencias a Ada no le costó nada ver la importancia y el potencial de esta, lo que la llevó a ir interesándose cada vez más por ella, dando lugar a una relación de amistad con el inventor que duraría, con sus altos y sus bajos, hasta la temprana muerte de Ada en 1852.

Durante esos años Ada trabajó, en la medida de sus posibilidades, con Babbage en el desarrollo de las ideas de éste, siendo el fruto más importante de su colaboración la famosa Nota G añadida por Lady Lovelace a la traducción que hizo al inglés de un artículo sobre la Máquina Analítica del ingeniero italiano Luigi Menabrea. Esta nota describe un algoritmo para calcular números de Bernoulli con la Máquina Análitica, algoritmo que es considerado el primer programa de la historia.

Por distintos motivos ninguna de las máquinas de Babbage llegaron a ser construidas, con lo que uno no puede menos que pensar lo que habría podido pasar si esto no hubiera sido así; quién sabe en qué mundo podríamos estar viviendo de haber dispuesto de ordenadores en la Inglaterra victoriana.

Pero tras leer este libro aún soy más consciente de la oportunidad perdida que fue, ya que incluye una carta de Ada a Babbage en la que, a todos los efectos, le propone encargarse de las gestiones necesarias para dar a conocer en público las posibilidades de la máquina y hacer las gestiones oportunas para obtener fondos del gobierno para seguir adelante con su desarrollo. Le propone, en términos actuales, algo así como convertirse en la directora general de la empresa que se encargaría de la construcción de las máquinas, mientras que Babbage sería el responsable técnico.

De hecho Ada veía mucho más allá que Babbage, pues mientras él las pensaba en sus máquinas sólo como herramientas para hacer cálculos ella escribió que

La Máquina Analítica podría actuar sobre otras cosas más allá de los números si encontráramos objetos cuyas propiedades pudieran ser expresadas mediante la abstracta ciencia de las operaciones [la programación de la máquina], cosas que también deberían ser susceptibles a ser adaptadas a la acción de la notación de operaciones y el mecanismo de la máquina… Suponiendo, por ejemplo, que las relaciones fundamentales en la ciencia de la armonía y de las composiciones musicales fueran susceptibles a estas expresiones y adaptaciones, la máquina podría componer elaboradas y científicas piezas de música de cualquier grado de complejidad o extensión.

Sin embargo Babbage rechazó de plano la oferta de Ada, lo que es una verdadera lástima, ya que él no era precisamente muy hábil a la hora de explicar qué podían hacer sus máquinas ni de vender la idea.

Así que hubo que esperar cerca de cien años más a que la tecnología primero, y el mundo unas décadas más tarde aún, alcanzaran la claridad de percepción de esta «frágil» mujer del siglo XIX. Quizás fuera frágil de salud, pero desde luego no lo era de mente.

En definitiva, un libro muy interesante sobre una persona que pudo haber cambiado la historia tal y como la conocemos y que pone en contexto su importancia…

O la importancia que pudo haber tenido. Casi duele pensarlo.

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