Por @Wicho — 6 de mayo de 2024

Portada del libroDecidido. La ciencia de la vida sin libre albedrío. Por Robert Sapolsky. Capitán Swing Libros (25 de marzo de 2024). 707 páginas.

Sapolsky es un defensor acérrimo de la idea de que no existe el libre albedrío. Es una postura opuesta a la que defiendo yo. Pero como él lleva años estudiando el tema y yo, si he de ser sincero, defiendo su existencia fundamentalmente porque es lo que quiero creer, decidí que podía ser muy interesante leer este libro en el que expone sus argumentos. A fin de cuentas si sólo escuchas o lees a quien piensa como tú lo estás haciendo mal.

Pero tras leer muy atentamente un poco más de dos tercios de este libro –más abajo explicaré esto– sigo creyendo en la existencia del libre albedrío.

Aunque en el muy improbable caso de que Sapolsky llegara nunca a leer y mucho menos a comentar esta reseña lo que diría es que mucho antes de que yo creyera decidir leer este libro ya estaba decidido que no iba a cambiar de opinión. Pero mucho antes en este caso quiere decir desde el Big Bang o así.

Y es que según él

Para saber de dónde viene la intención, solo hace falta saber qué te ocurrió en los segundos o minutos anteriores a que tuvieras la intención de pulsar el botón que quisieras. Y también lo que te ocurrió horas y días antes. Y años y décadas antes. Y durante tu adolescencia, tu infancia y tu vida fetal. Y lo que ocurrió cuando el espermatozoide y el óvulo destinados a convertirse en ti se fusionaron, formando tu genoma. Y lo que les ocurrió a tus antepasados hace siglos, cuando formaban la cultura en la que te criaste, y a tu especie hace millones de años. Sí, todo eso.

La tesis principal de Sapolsky es que eso que creemos que es el libre albedrío el realidad no puede escapar de nuestra biología. Dice que cuando tomas –cuando crees tomar– una decisión eso ya estaba escrito unos milisegundos antes en tus neuronas, aún antes de que tuvieras conciencia de lo que ibas a decidir; y que el estado de esas neuronas depende de nuestro entorno sensorial inmediato; y por la combinación de hormonas presentes en nuestro organismo minutos y días antes de «tomar la decisión»; y por la estructura de nuestro cerebro, moldeada por nuestras experiencias, educación y entorno desde que nacemos, así como también resulta modificado el funcionamiento de algunas glándulas; por nuestros nueve meses en el útero materno; por la mezcla de genes que hemos heredado de nuestros progenitores, que a su vez vienen de los suyos, y cuya expresión epigenética se ve modificada también por nuestro entorno; por la (o las) culturas en la que hemos crecido y en la (o las) en las que han crecido nuestros antepasados.

Y así hasta el Big Bang. Parafraseando a una señora que una vez quiso convencer a Sapolsky y a unos colegas de que la Tierra flota en el espacio apoyada en una tortuga que a su vez se apoya en otra tortuga y que es todo tortugas hasta el final, es todo biología hasta el final.

Aunque más adelante dice que a pesar de lo que pueda parecer sí podemos cambiar influidos por la sociedad en la que vivimos. Sólo que, digo yo, será también un cambio determinado por la biología de quienes forman esa sociedad. Bilogía que determina esos cambios.

Pero lo más curioso es que después de explicar como cada una de esas cosas influiría en la no existencia del libre albedrío el mismo Sapolsky va diciendo que ninguna de ellas por si sola sirve para negarlo. Por ejemplo en el caso de los estudios de Benjamin Libet, que son los que supuestamente son capaces de predecir qué decisión vas a tomar unos milisegundos antes de que la tomes, reconoce que no aciertan más que en un 60 % de los casos. Lo que no es mucho más que el azar.

Aunque de alguna forma que no explica hemos de suponer que todos esos fenómenos de los que va hablando hasta el final del capítulo cuatro se combinan en lo que supongo que es una especie de caso inverso del modelo del queso suizo¹ para hacer que no exista el libre albedrío.

Una vez terminado el repaso biológico del asunto Sapolsky la emprende con el caos, los fenómenos emergentes, y la física cuántica, reductos en los que según él se refugian quienes defienden la existencia del libre albedrío. Y procede a poner una serie de ejemplos que, supuestamente, demuestran que tampoco ahí puede estar el libre albedrío. Hay que reconocerle que mencione estas ideas que se oponen a la suya. Pero no tengo claro que los argumentos y estudios que usa para desmontarlas se apliquen siempre. Ni que no esté haciendo trampas y quedándose con lo que le interesa.

De hecho ya hacia el final del libro cita un estudio del neurocientífico Simon LeVay que según dice demuestra que el cerebro de las personas homosexuales es diferente del de las personas heterosexuales. Y eso hizo saltar todas mis alarmas. Así que me fui a buscar más información sobre el estudio en cuestión y resulta que está bastante desacreditado. Algo que Sapolsky no menciona ni en el texto principal ni en ninguna nota a pie de página.

Y no es que se corte con las notas de página, ¿eh? Lo he contado en la edición para Kindle y resulta que ni más ni menos que un 32 % del libro está en las notas de página, que diligentemente me he saltado. No me parece de recibo que haya páginas de la edición en papel en las que hay dos o tres líneas del texto principal y todo lo demás sea una nota a pie de página… Que a menudo viene de la página anterior.

Eso me parece una enorme vagancia por parte de Sapolsky y una dejación de funciones por parte de quien haya editado el libro. Aunque entiendo que con un autor famoso igual hay que andarse con cuidado. Pero también me parece trampa porque para mí es un intento de apabullar a quien está leyendo el libro con datos. Datos que, como en el caso del estudio de LeVay, igual no son ciertos o han sido sometidos a un poco de cherry-picking.

Aunque hablando de trampas, me parece que la más enorme del libro, digna del más taimado tahúr del Mississippi, es que Spolsky pueda terminar la primera parte del libro, en la que explica por qué no puede existir el libre albedrío pasando de puntillas por la existencia de la inteligencia, la consciencia o el yo. De hecho de la consciencia dice que «No entiendo qué es la consciencia, no puedo definirla. No puedo entender lo que escriben los filósofos sobre ella. Ni a los neurocientíficos.»

Creo que si las ignora es porque no sabemos cómo funcionan. Y en ese desconocimiento puede estar la base de ese libre albedrío que se supone que no existe. Que no digo que lo esté, pero no lo sabemos. Y Sapolsky tampoco.

La segunda parte del libro está dedicada a responder la cuestión de

¿Y si todo el mundo empezara a creer que no existe el libre albedrío? ¿Cómo se supone que vamos a funcionar? ¿Por qué nos molestaríamos en levantarnos por la mañana si solo somos máquinas?

Pero yo diría, que precisamente gracias a los ejemplos que va utilizando Sapolsky para reflexionar sobre el tema sirve también para preguntarnos lo mismo en el caso de ser ateos, por ejemplo y creer que no hay ningún ser todopoderoso preocupado por si somos buenos o malos.

Aunque ya con la sospecha –o más bien el convencimiento– de que Sapolsky salpimenta su libro con unas dosis más o menos fuertes de cherry picking me costó un poco tomármelo en serio. Por mucho de que llegue a conclusiones que se alinean con lo que yo pienso.

Me parecen especialmente mal traídos los ejemplos en los que, mediante un gusano de mar, por ejemplo, pretende demostrar de nuevo que no puede haber libre albedrío en nuestras decisiones. Creo que funcionamos –al menos para esas cosas llamadas consciencia, inteligencia y yo– a un nivel muy diferente.

También me parece mal traído utilizar la epilepsia para decir que «La mayoría de la gente del mundo occidentalizado ha sustraído el libre albedrío, la responsabilidad y la culpa de su pensamiento sobre la epilepsia. Se trata de un logro asombroso, un triunfo de la civilización y la modernidad.» Afortunadamente hemos aprendido mucho sobre esta enfermedad y por eso hemos dejado de estigmatizar –tanto, aunque no del todo– a las personas que la sufren. Pero gracias a que ahora sabemos más; creo que eso tiene poco –o nada– que ver con el libre albedrío.

En fin, que no me arrepiento de haber leído el libro, aunque sólo sea porque a ratos me ha hecho repasar mis propias convicciones con una intensidad que de otra forma quizás no habría hecho. Y eso es algo importante. En esto le daré la razón a Sapolsky:

Este libro tiene un objetivo: hacer que la gente piense de forma diferente sobre la responsabilidad moral, la culpa y el elogio, así como sobre la noción de que somos agentes libres. Y también que se sienta diferente con respecto a esas cuestiones. Y sobre todo, cambiar aspectos fundamentales de nuestra forma de comportarnos.

Pero tengo muchas dudas de que vaya a hacer cambiar a nadie de opinión. Lo que, en cualquier caso, ya viene predeterminado –por cierto que creo que Predeterminados habría sido mejor título– desde el Big Bang. ¿No?

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¹ No, el gruyer no tiene ojos. Tendría que ser emmental, por ejemplo. Si Sapolsky pone pies de página yo no voy a ser menos.

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