Por @Wicho — 14 de octubre de 2003
Por motivos de trabajo esta semana estoy en Leipzig, Alemania, y el pasado domingo observé una cosa que me llamó mucho la atención mientras tomaba algo en una terraza.
En ésta las mesas estaban colocadas solas o bien dispuestas en grupos de tres o cuatro, con dos sillas por mesa. Yo ocupé una mesa que estaba sola y al cabo de un rato llegó una pareja de señores mayores que se sentó al extremo del último grupo mesas en el que no había nadie sentado.
Se trataba de un grupo de tres mesas, con lo que en realidad quedaban cuatro sillas libres, pero a mi modo de ver las cosas ya no quedaba sitio en la terraza para que sentara un grupo, así que imaginaros mi sorpresa cuando unos minutos después llegaron lo que debía ser un matrimonio joven con una niña y los padres de uno de ellos y se sentaron con toda la naturalidad del mundo en el mismo grupo de mesas que la pareja de señores mayores, aunque pronto se cambiaron a otro grupo de cuatro mesas en el que quedaban dos libres porque la señora de la pareja original fumaba, lo que debía molestar a la que supongo la suegra del grupo nuevo.
Estaba aún asombrado por el comportamiento de esta gente cuando llegó otro grupo de señoras que ni cortas ni perezosas se sentaron en las dos mesas vacías que había dejado la familia momentos antes, y casi al mismo tiempo llegó una señora que me preguntó si la silla que quedaba libre en mi mesa estaba libre y se sentó cuando le dije que en efecto lo estaba.
En España, al menos en mi entorno, nadie compartiría las mesa de este modo con unos desconocidos; cómo poco separarían las mesas libres de las de las otras personas, y lo cierto es que las anteriores veces que estuve en Alemania tampoco vi nada parecido ?lo que por supuesto no quiere decir que no pase sino que si ocurre simplemente no me he fijado-.
Supongo que todo es una cuestión de costumbres, pero aún así mi duda está en si somos los españoles los raros o bien si es que los alemanes que antes vivían en la RDA de la que formaba parte Leipzig estaban tan acostumbrados a la escasez de recursos que les parece lo más natural este comportamiento.
Ojo, que no pretendo que este sea un comentario clasista ni nada parecido, sino que lo saco de haber leído «Así no se puede vivir» (creo recordar que de Vicente Verdú) en el que se relatan cosas similares de la U.R.S.S., y de la portada de un libro que vi en una librería de Leipzig que dedicaba parte de su escaparate a libros que trataban sobre la RDA: en ella tres tremendas colas salen de tres edificios exactamente iguales y convergen en una sola cola para poder utilizar el único tobogán que hay a la vista.
Actualización 26-10-2003: «Así no se puede» vivir es en realidad de Carlos Enrique Bayo, editado por Plaza y Janés en 1992. Sospecho que está agotado, ya que no he sido capaz de encontrarlo en ninguna de las librerías habituales.