Por Nacho Palou — 25 de agosto de 2011

Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente.

You Are Solving The Wrong Problem (Estás intentando resolver el problema que no es) cuenta la historia de cómo el ingeniero Paul MacCready llegó a construir un aparato volador impulsado sólo por la fuerza de su piloto.

Su Gossamer Condor fue el primero aparato de este tipo. Y una versión posterior de este ingenio, el Gossamer Albatross, fue incluso capaz de cruzar el canal de La Mancha entre las costas de Francia y Reino Unido, una distancia de casi 36 km.

De este modo MacCready consiguió hacerse con dos Premios Kremer, algo parecido a los actuales X-Prize. Impulsados por el industrial Henry Kremer, en 1959 éste comprometió a entregar 50.000 libras a aquel que lograra construir un aparato de "propulsión humana" capaz de volar 1,6 km (una milla) haciendo la figura de ocho a una altura mínima de tres metros sobre el suelo. Después subió la cifra a 150.000 libras para el artífice de un vuelo en las mismas condiciones pero que lograra cruzar el Canal.

Aquel premio no encontró dueño durante casi 20 años, hasta que en 1977 MacCready se hizo con él. Todo ese tiempo sin ganador no era debido a la falta de competidores: permanentente decenas de participantes lo intentaron y fracasaron en el intento.

El desafío era enorme. Una persona tiene una mala relación entre peso y potencia. Es poco eficiente, pesado y apenas capaz de producir entre cuarto y medio CV de potencia durante unos pocos minutos. En comparación, un motor para coche, moto o barco, por ejemplo, con un peso inferior al de uno adulto entrega sin problemas incluso varios cientos de CV de potencia.

De modo que si en la industria aeronáutica la eficiencia es uno de los principales quebraderos de cabeza, en el caso de un avión propulsado por un ser humano este asunto era mucho más complejo.

Entonces no existía ningún aparato que cumpliera esos requisitos, ni por tanto experiencia previa ni literatura al respecto. Los equipos participantes se afanaban en construir un avión de esas características,

MacCready se dio cuenta de que todo el mundo trabajaba en resolver cómo construir ese tipo de avión partiendo de teorías y conjeturas, pero sin la base de las pruebas empíricas. Terminaban su avión y lo echaban a volar. Y unos pocos minutos después años de trabajo acababan estrellados contra el suelo. Incluso para aquellos que funcionaban el vuelo terminaba en apenas unos cientos de metros con el piloto exhausto.

De modo que el problema no era cómo construir ese tipo de avión, sino cómo adquirir los conocimientos y la experiencia para saber cómo construirlo. Los equipos que lo volvían a intentar debían comenzar de cero, dedicando otra vez mucho tiempo.

Paul MacCready se dio cuenta de que lo que había que resolver no era, de hecho, el vuelo de propulsión humana. El problema era el proceso en sí junto con la ciega persecución de un objetivo, pero sin una comprensión más profunda de cómo enfrentarse a desafíos muy difíciles. Planteó un nuevo problema que se propuso resolver: ¿cómo se puede construir un avión que pueda ser reconstruido en cuestión de horas y no de meses? Y así lo hizo. Construyó un avión con plástico, tubos de aluminio y alambre.

MacCready sufrió los mismos fracasos que los demás participantes y se enfrentó a los mismos problemas y dificultades. Pero él era capaz de reconstruir el avión en cuestión de horas o días, y no de meses o años. La curva de aprendizaje era mucho más rápida, y ese conocimiento adquirido con pruebas de campo constantes le permitiría enfrentarse al desafío de construir un avión capaz de ganar el premio Kremer. Algo que para él, entonces, no era ya un problema.

(Imagen: NASA, fotografía de Tom Tschida.)

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