Por @Alvy — 26 de enero de 2018

(…) He entendido mejor por qué antiguamente la gente cuidaba a los animales: porque les eran útiles. Sólo los sacrificaban cuando eran viejos, para comérselos. Yo ya no podría matar a una gallina: no sería algo útil, ni práctico. La gallina te da huevos, más huevos al cabo de un mes que su propio peso… Sencillamente estaría mal matarla. Lo mismo con las cabras: si puedes ordeñarlas, sacrificarlas es casi una blasfemia.

Me encontraba en completa soledad, así que los animales eran mis amigos. Les hablaba de vez en cuando. Cambié un poco mi forma de verlos, porque habíamos pasado por muchas vicisitudes juntos. Tenía claro que no los trataría como al resto de animales.

– Pavel Sapozhnikov, historiador
antes de que en un ataque de ira decapitara una
de sus cabras y clavara su cabeza en una pica

Este documental narra la historia de un joven ruso que decidió vivir 240 días en la soledad del bosque tal y como hacían las gentes del lugar en el siglo X, más o menos hace mil años. Rusia; from the past; tecnología cero: una idea prometedora. Los 60 minutos de metraje [en ruso, con subtítulos en inglés] muestran el desarrollo del experimento psico-sociológico, en el que principalmente se trataba de confirmar o desmentir algunas creencias que tenían los historiadores sobre la época y también qué sucedía en la cabeza del protagonista.

Aunque dada a conocer ahora bajo el título Alone in the Past, la experiencia comenzó a planificarse en 2013 y se desarrolló entre el otoño de 2016 y la primavera de 2017. Pavel Sapozhnikov dejó atrás la tecnología y el contacto humano para viajar al pasado junto con algunos animales de granja en una cabaña de un paraje aislado. En el transcurso de ese tiempo analiza su «evolución mental» y algunas historias del día-a-día, a cual más curiosa. (En el documental se indica que se limitaba el contacto al mínimo, una vez por semana, con un equipo de psicólogos e historiadores, tan sólo para intercambiar notas, grabar algo de vídeo y recargar las baterías de la cámara con la que llevaba un «diario».)

El resultado es bastante curioso y el documental entretenido sobre todo para los aficionados al movimiento de la tecnología primitiva. A mi me apasionó el libro The Year 1000 que cuenta todo lo que sabemos sobre aquel estilo de vida tan peculiar.

Eso sí, como muchos han apuntado, el «experimento» tiene un poco de truqui: al protagonista le entregan una cabaña estilo siglo X pero full-equipe y «a estrenar»: una construcción robusta con tres habitaciones, baño, cobertizo, un pozo, horno y vallado. También está bien pertrechado: hachas de alta calidad, punzones, cuerdas, cerámica, cera, yesca, pedernal… Sí: todo ciertamente «del siglo X o principios del XI» pero muy bien preparado y abundante. Aparte de eso el granero se entrega hasta los topes – por no hablar de que también hay varias cabras, un perro y más de una docena de gallinas. Tal y como él mismo dice «creo que podría vivir 8 o 10 meses sin dar ni palo, aquí tumbado sin hacer nada, con toda esta comida que tengo».

La no tan tranquila vida del siglo X

Lo más relevante es que califica el estilo de vida como extrañamente estresante, aunque no queda muy claro si porque era así para todos o sólo en su caso personal. Hay unas diez tareas diarias que hacer obligatoriamente –llueva, nieve o se esté enfermo: sacar agua, recoger leña, dar de comer a los animales, preparar comida… Esto le lleva mucho tiempo y apenas puede descansar y menos entretenerse en la contemplación.

Luego está el tema de la noche: en un mundo sin electricidad las noches oscuras las califica de «horripilantes y acongojantes», con ruidos, sombras… Es lo que peor lleva de la experiencia. Esto, sumado a una fiebre de varias semanas, le lleva a fabricar compulsivamente muchas velas, con las que intenta iluminar el interior de la cabaña a duras penas. Llega incluso a tener alucinaciones visuales –hay quien dice que por inhalar demasiado monóxido de carbono del horno– y, cómo era previsible, casi incendia la cabaña en un momento de despiste.

Entonces llega el momento cabra.

Narra apenado y avergonzado cómo una noche una de las cabras se escapa y entra en su cabaña, empezando a hacer ruido y romper vasijas y utensilios. Lo que sucedió allí entonces sólo lo saben él y la (pobre) cabra. El caso es que en un momento de trastorno mental transitorio, fruto de la ira o del miedo, acaba decapitando a la cabra con su hacha. Pero más aún: clava su cabeza en una pica, que planta a lo Juego de tronos en la entrada de la parcela. Y corta sus patas para colgarlas por ahí con cuerdas. Por este incidente –y porque también caza algunos ratones y pájaros pequeños, que luego «exhibe»– muchos le han calificado de poco menos que Vlad el empalador tras ver el vídeo. Muy normal no parece la cosa.

Detalles espeluznates aparte, el hombre sobrevive mal que bien a la experiencia. Aprende que los zapatos de cuero son prácticos, pero que los calcetines no sirven de nada porque se mojan continuamente (prefiere cambiarlos por paja). También experimenta con formas de cocinar pan o galletas a partir de trigo que muele pacientemente; comprueba que se puede pescar (pero no pesca, tampoco caza) y en general que la vida era dura por la soledad – una extraña combinación de aburrimiento con procrastinación.

Con una higiene un tanto deteriorada y algunos episodios puntuales más, como que casi se corta un dedo con el hacha o que padece fiebre intermitente (dicen que quizá del mono porque dejó de fumar al comenzar el experimento) finalmente supera los 240 días planteados inicialmente, momento en que vuelve al MundoReal™. ¿Y qué es lo que más aprecia al volver a la civilización moderna? Los bolsillos de los pantalones, «del tamaño y forma ideal, y tan útiles». Dice además que desde que salió dejó de necesitar mirar la fecha en el calendario.

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