Por @Wicho — 26 de abril de 2018

Zona roja - riesgo de muerte

La batalla de Verdún, que tuvo lugar entre el 21 de febrero y el 18 de diciembre de 1916, fue una de las más cruentas de la primera guerra mundial. 303 días de lucha que dejaron entre 700.000 y 1.250.000 muertos, de los cuales se calcula que unos 100.000 aún yacen enterradas, perdidos en alguna parte del campo de batalla.

El campo de batalla

Montañas de proyectiles

Durante esos meses de locura se calcula que se dispararon unos 60 millones de proyectiles de artillería, de los que hasta un tercio no llegaron a explotar. Nueve pueblos fueron, literalmente, borrados del mapa. De ellos seis nunca han sido reconstruidos ni repoblados, y los otros tres sólo parcialmente.

Douaumont, pueblo destruido

Los campos de batalla de Verdún son el epicentro de lo que en Francia se conoce como la zona roja, un área que al final de la guerra estaba saturada de proyectiles sin estallar, muchos de ellos con gases venenosos, granadas y municiones oxidadas. Además el suelo estaba muy contaminado por plomo, mercurio, cloro, arsénico, diversos gases peligrosos, ácidos y restos humanos y animales.

De hecho se consideraba demasiado dañada tanto física como ambientalmente como para ser recuperada, por lo que se promulgó una ley que prohibía la entrada en las peores zonas.

Originalmente la zona roja tenía 1.200 kilómetros cuadrados, aunque con el tiempo la zona de exclusión se ha ido reduciendo, pero exige un trabajo de limpieza que aún en 2006 producía hasta 300 proyectiles por cada 10.000 metros cuadrados en los 15 centímetros más superficiales del suelo y aún quedan un par de zonas cerca de Ypres –aunque Ypres está en Bélgica– y Woëvre donde el 99 por ciento de las plantas mueren, ya que el terreno tiene hasta un 17 por ciento de arsénico.

Limpiadores

Se calcula que aun harán falta otros 700 años de trabajos de limpieza y de dejar que la naturaleza haga su parte para poder declarar lo peor de la zona roja como de nuevo compatible con la vida.

La zona roja recuerda, inevitablemente, a Chernóbil o Fukushima, pero personalmente me da mucho peor rollo porque no se trata de un accidente sino de algo que nos hicimos deliberadamente a nosotros mismos.

Descubrí la existencia de esta zona muerta en el corazón de Europa gracias a un hilo de Paul Cooper que verdaderamente pone la piel de gallina. Las fotos están extraídas de ese hilo, aunque por lo general están en el dominio público salvo la de Doumont y la de los limpiadores, que son de Olivier Saint Hilaire.

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