Por @Alvy — 15 de diciembre de 2015

Concurso de belleza, 1960 (CC) City of Vancouver Archives @ Flickr

Uno de los economistas más influyentes en el estado actual del mundo, John Maynard Keynes, utilizó un concurso de belleza como ejemplo para ilustrar un concepto que, según su teoría, explicaba el comportamiento de los mercados y la economía.

El ejemplo es fácil de entender

Una revista organiza un concurso y pide al público que elija seis de los rostros más atractivos que se publican en sus páginas. Pero lo interesante es que no es un concurso de belleza al uso, en el que ganan las caras más bellas que reciban más votos. Las reglas estipulan que ganan los lectores que más predicciones acierten cuando se sumen todos los votos de todas las personas participantes.

Una posible estrategia es elegir las caras que a cada cual le parezcan más atractivas: al fin y al cabo, los gustos de la gente son similares, puede haber cierto tipo de «belleza promedio» y eso garantizaría cierta posibilidad de éxito. Pero más inteligente sería intentar adivinar lo que elegirán los demás. Eso lleva a una curiosa situación: no parece óptimo elegir el rostro que a cada cual le parezca más atractivo sino concentrarse en los razonamientos de los demás y elegir en consecuencia.

El desarrollo de este concepto –que Keynes asoció a cómo se comportan los mercados y muchas situaciones de la economía– lleva a una espiral sin fin en la que es mejor predecir qué predecirán los demás o, mejor aún, predecir que predecirán los que predigan que harán los demás… ad infinitum. Ya en 1936 Keynes decía que «es normal practicar el tercer o incluso el cuarto grado de predicción; puede que en el futuro incluso se llegue más allá…» por la ventaja competitiva que esto supone.

Una pausa para meditar.

Todo esto puede volverse un poco lioso, como en el duelo de ingenio a muerte de La princesa prometida entre el malvado Vizzini y el enmascarado Pirata Roberts, en el que el malvado siciliano debe utilizar únicamente su raciocinio y mejor lógica para elegir la copa que no contiene veneno mortal si quiere salir airoso:

Volviendo al tema: la gente del estupendo podcast Planet Money hizo un experimento nada científico entre sus oyentes para comprobar los resultados. En vez de rostros usó fotos de animalitos adorables y el resultado coincidió –más o menos– con el planteado por Keynes… ¡Vaya lío si llega a ser de otra forma! Es cierto que en todo esto se pueden imaginar hay algunas limitaciones, «atajos» o «truquis» al respecto: el tiempo para contestar, encontrar un factor objetivo que resulte clave, poder calcular cuál será la profundidad de razonamiento de los «oponentes»… Lo mismo que hace Vizzini con las copas, vamos. (Y aun así ya sabemos cómo acabó.)

Si se analiza matemáticamente el famoso concurso de belleza lleva hasta el equilibrio de Nash: «una estrategia tal que si todos los participantes conocen cuál es nadie modificaría porque tendría claro que proporciona el mejor resultado individual para sí mismo». Según Keynes así funcionan los mercados bursátiles; idealmente todo el mundo es capaz de calcular o apreciar cuál es el «valor fundamental» de las cosas. Algo similar sería lo que sucede en cierto tipo de subastas y licitaciones (concursos públicos).

De Keynes al mundo electoral

Estas mismas situaciones, transformando los bellos rostros por candidatos electorales y los lectores de la revista por la población votante de un país lleva al popularmente denominado voto útil: en muchas elecciones los que parten como iniciales favoritos tienden a desear la polarización del voto entre dos alternativas, aunque haya muchas más opciones presentes. En Internet hay mucha más información acerca de esto y de otras modalidades de voto táctico. El voto útil juega con ideas que en palabras llanas serían «el candidato menos malo», las «posibilidades reales de ganar» y por supuesto con el «lo que votará la mayor parte de la gente»: el concurso de belleza de Keynes.

Las empresas dedicadas a los sondeos de opinión electorales tratan de trabajar con herramientas estadísticas lo que la gente va a hacer, pero han de tener en cuenta los diferentes niveles de razonamiento respecto a lo que ocurrirá en futuras votaciones teniendo todo esto en cuenta. No es lo mismo preguntar «A qué candidato votará» que «¿Quién prefiere que gane?» y mucho menos «¿Quién cree que va a ganar?» Alguien podría votar (tácticamente) al candidato A pero preferir que gane el B e incluso creer que finalmente haga lo que haga ganará C. ¿Qué publicar respecto a los datos de los sondeos previos entonces? ¿Cuánta gente lleva sus razonamientos a dos, tres o más niveles? ¿Es ese el secreto de las famosas recetas de cocina preelectorales?

Predecir el futuro comportamiento de grupos enormes de población –especialmente en tiempos muy cambiantes– no es estadísticamente nada fácil. Y a falta de que la psicohistoria de Asimov se desarrolle, tenemos de momento las limitadas herramientas que tenemos.

{Foto: Concurso de belleza, 1960 (CC) City of Vancouver Archives @ Flickr}

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