Este pequeño vídeo de StoryBrain explica una teoría según la los efectos especiales más creíbles del cine se consiguieron en los años 90. Y se pregunta: Pero si hoy en día existen ordenadores más potentes y nuevas tecnologías… ¿Por qué basta comparar una película de aquella época con una actual para apreciar la diferencia? ¿Cómo es eso posible?
El autor lo llama efecto Weta, en honor de una de las compañías fundadas entre otros por Peter Jackson con la que se produjeron efectos especiales para El señor de los anillos, King Kong, Avatar y decenas de otras películas. La cuestión es que al principio los ordenadores podían manejar relativamente poca información, por lo que se empleaban básicamente para insertar algunos personajes en 3-D en las diversas escenas; con el paso del tiempo cada vez pudieron manejar escenas más grandes, más personajes y objetos a la vez, creando planos y mundos enteros a su alrededor.
El problema de usar efectos especiales tan «buenos» es que resultan poco creíbles. El cine se basa en parte en que activemos nuestra suspensión de la credulidad, un autoengaño para interpretar mejor lo que ve; esto resulta fácil cuando solo una parte de la escena es «imposible»: monstruos, personajes o explosiones. En cambio en la carrera por la espectacularidad cada vez hay más muñecos, objetos y colores revoloteando por las escenas; esto produce el efecto contrario: nuestro cerebro desprecia directamente esas secuencias por «obviamente imposibles».
Todas las películas de los 90 y antes utilizan efectos «ligeros» sin excesos, por eso funcionan tan bien. Esto me recordó a Primer o Seguridad no garantizada, grandes películas donde hay un único efecto especial en cada una de ellas. En cambio cuando entras en los mundos del Hobbit, Juego de Tronos o Jurassic World es todo taaaaaan increíble que resulta, precisamente, increíble.
En fin: mientras este problema se resuelve, podemos quedarnos con los efectos especiales de las películas de Uganda, de Karel Zeman o Ray Harryhausen.