Elysium. Los futuros distópicos son uno de los aspectos que más me apasionan de las películas de ciencia ficción. Así que cuando a finales del siglo XXII resulta que la mayor parte de la gente vive pasando calamidades en las peores favelas y edificios hacinados de ciudades con paisajes semidesérticos a lo Mad Max II la cosa promete. Para ahondar en este enfrentamiento los ricos y poderosos han emigrado a una estación espacial deluxe y tienen no solo todo las comodidades sino máquinas que curan cualquier enfermedad y además el control sobre las fuerzas del orden robóticas. ¡Es bueno ser rico!
Así que mi Elysium no me ha decepcionado: bastante acción y bien rodada, lo justo de historia de amor con niña de por medio, malos malísimos, hackers a lo MacGyver que hacen maravillas casi con piedras y palos – tecnología avanzada pero mugrienta, estilo Matrix… La película tiene sus agujeros de guión por aquello de que en tan poco tiempo no se puede contar todo (ni esperar quince días a que la gente sane, así que mejor meterlos en una máquina de curación ultrarrápida) pero se han visto cosas peores.
Dos menciones especiales: los efectos especiales, con una combinación de objetos y gadgets bastante creíbles y androides animados absolutamente realistas, de esos que tanto nos gustan por aquí y la blanca y límpida estación espacial Elysium, que parece sacada de una reproducción de portada de revista de ciencia ficción de los 60 o de la mismísima 2001. ¡Ah, si realmente llegaran a ser así de bonitas y espaciosas!