Por @Wicho — 16 de noviembre de 2021

En un futuro no demasiado lejano la vida en la Tierra está prácticamente extinta. La causa, una descomunal fulguración solar que ha acabado con la capa de ozono, con lo que no se puede estar al Sol sin abrasarse con la radiación ultravioleta. Eso también imposibilita cosechar y recolectar alimentos; pasa tres cuartos de lo mismo con la ganadería. La civilización también ha colapsado debido además al enorme pulso electromagnético que vino con la fulguración y que frió casi cualquier dispositivo eléctrico o electrónico.

Finch Weinberg, quien da nombre a la película (disponible en Apple TV+), es un ingeniero robóticista que sobrevive en las instalaciones de la que fuera su empresa en compañía de un robot llamado Dewey (puntos para quien pille la referencia) que personalmente me recordó a un Aibo de Sony sin «piel» y con una cesta encima y un brazo articulado para coger cosas y de su perro Goodyear. Va recorriendo San Luis junto con Dewey en busca de comida que pueda quedar, y es de suponer que de gasolina para su enorme camión. Y así van tirando.

Pero él es consciente de que está enfermo y de que probablemente no le queda mucho tiempo. Así que está construyendo un robot humanoide al que además de las tres famosas leyes de la robótica de Asimov le programa una cuarta: la de cuidar al perro.

Cuando la tarea aún no está terminada una enorme tormenta empieza a cernirse sobre San Luis y las previsiones –con datos recogidos de no se sabe muy bien dónde– son que durará 40 días. Así que a Finch no le queda más remedio que tomar la decisión de marcharse; no podrán sobrevivir todo ese tiempo sin agua, alimentos y electricidad. Tras un proceso de decisión un poco peculiar decide poner rumbo hacia San Francisco. Así que se montan todos en una autocaravana y a tirar millas a través de unos Estados Unidos desérticos.

Sin la presencia clara de malos malosos que quieran comérselos ni nada parecido –la única vez que aparecen, de lejos, Finch y compañía se escapan de ellos en un momento WTF tipo «¿y ahora qué?» que a quien haya escrito el guión y a los protagonistas no parece importarles mucho– la película se convierte entonces en la historia de como el robot nuevo tiene que terminar su aprendizaje a pasos forzados sobre la marcha porque no hubo tiempo de que Finch acabara de cargarle todos los conocimientos que querría haberle introducido. De cómo tiene que ganarse la confianza de Goodyear, que al principio lo mira raro. Y de cómo tiene que aprender lo suficiente como para que él y Goodyear puedan sobrevivir cuando Finch ya no esté.

Sí, la película me recordó poderosamente a La carretera, pero en una versión edulcorada… y sorprendentemente más creíble a pesar de que habla de las relaciones entre un humano, un perro, y un par de robots; aunque reconozco que mi problema con La carretera es que no llegué a creerme nunca la relación entre el padre y el hijo que la protagonizan.

Se deja ver, y como va incluida en la suscripción a Apple TV+, pues bueno. Pero no creo que pase a la historia de la cinematografía.

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