Terminé de ver la segunda temporada de Marte, la serie de National Geographic (también en Netflix) que combina ficción del futuro cercano con entrevistas reales con grandes personajes del mundo de la ciencia. Al igual que la primera es una interesante historia sobre cómo podría ser la colonización marciana, aderezada con dosis de realidad y muy lejos de las películas épicas al uso. Cada temporada son 6 episodios de una hora, mitad-y-mitad entre la ficción y el documental.
La primera temporada, que ya mencionamos por aquí, trataba de las primeras misiones al planeta rojo hacia 2030: los problemas para llegar, establecer un campamento y asegurar los recursos necesario, principalmente energía y agua. Esto es «exploración espacial real» –se supone– y aquí muere gente y suceden cosas chungas por doquier. Lo interesante es escuchar a los científicos, ingenieros y expertos explicar cómo podrían ser las cosas en nuestra realidad y los retos que todo esto supone. Vale que tienen cohetes supermolones, pantallas muy chulas y rovers espectaculares, pero nada de eso está demasiado lejos de lo que podemos ver en unas (pocas) décadas.
Si la primera temporada se centra en los retos técnicos la segunda se centra en los aspectos políticos, empresariales y humanos. Marte no es propiedad de nadie, de ningún país ni corporación, pero quien llega primero marca sus reglas. Allí no hay leyes, se crean sobre la marcha. El juego político es duro y complicado. De este modo asistimos ya hacia 2040 a conflictos entre un consorcio internacional –y a varios países yendo por su cuenta– que priorizan la ciencia (y a veces el ego) frente a una empresa de «mineros espaciales» despiadados a los que les da igual todo con tal de conseguir beneficios.
En la segunda temporada también se repasa la crisis climática de la Tierra y algunas de las cosas que los activistas a lo Greta y más allá están denunciando hoy en día. Se explica la importancia de la terraformación de Marte. Y se ve lo increíblemente difícil que va a ser ponerlo en marcha.
Es una serie cuya producción es muy buena, muy al estilo de la película basada en Marte (The Martian), donde hay más detalles chungos que momentos épicos –lo cual está bien, para variar– y que aunque puede resultar un poco lenta por su peculiar formato medio-película medio-documental está muy entretenida de ver.
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