Estuve viendo estos días la segunda temporada de The Orville, esa curioso hijo bastardo de Star Trek, una versión «diferente» creada por Seth MacFarlane, con buenas intenciones y regulares resultados. Y aunque la primera temporada me pareció fallida –pero permitía pasar el rato– hay que reconocer que esta segunda ha mejorado notablemente. ¿El secreto? Ha dejado el humor en un plano secundario y ahora es más sci-fi y más Star Trek si cabe.
En esta segunda temporada el humor es mucho más fino, con menos gansadas (pero muy buenos gags) al tiempo que las historias son más convencionales: algunos de los dilemas éticos sociales de nuestro siglo XXI pero alejados 400 años y enrevesados con otra vuelta de tuerca, para situarlos en otro plano. Tenemos seres discriminados por alguna extra razón hasta el punto de que se requieren soluciones diplomáticas (o láseres y torpedos), culturas en guerra por razones absurdas y turbias relaciones interpersonales en todas la variantes imaginables (incluyendo el amor con máquinas y seres de la realidad virtual). El reparto ha cambiado ligeramente, pero con grandes incorporaciones (y muchos cameos trekkers) y es fácil darse cuenta de The Orville va más en serio cuando empieza a morir gente, incluyendo la destrucción de naves completas con cientos de tripulantes, ciudades y planetas arrasados o civilizaciones al punto del colapso. ¡Glups!
El ritmo de los episodios (de 45-50 min) puede resultar un poco cansino, con lentísimos diálogos, interminables escenas de naves volando por ahí, gente caminando por los pasillos… todo además asquerosamente límpido, más incluso que La nueva generación o Discovery. Sinceramente: podrían durar la mitad sin problemas. El punto simpático está en la tradicional «tensión sexual no resuelta», con lo que a veces se parece un poco más a Friends que a Star Trek.
Los mejores episodios para mi gusto: uno en el que abren una «cápsula del tiempo» con recuerdos procedentes de 2015 –donde lo más interesante es un teléfono móvil que consiguen hacer funcionar– y un arco que abarca varios episodios acerca de un salto temporal. Suele decirse que cuando cualquier serie llega al momento en que recurre al salto temporal y los universos paralelos está acabada –momento del famoso «salto del tiburón»– y quizá The Orville ya lo haya dado. Pero al menos lo ha hecho grácilmente. Verla deja una sonrisilla de satisfacción y aunque ningún chiste siga siendo memorable si el año que viene hay tercera temporada, bienvenida sea.
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