...ya sean el incendio del Apollo, la pérdida del Challenger, la pérdida del Columbia, o durante los cien años de vuelo que llevamos, las lecciones que hemos aprendido los que volamos ahora están escritas con la sangre de otras personas.
- Mike Griffin,
director de la NASA de 2005 a 2009
Me he visto la docuserie El último vuelo del Challenger de Netflix. Como cuenta hechos reales se deja ver. Pero creo que la NASA sale demasiado de rositas.
El 28 de enero de 1986 el transbordador espacial Challenger despegaba de la plataforma 39B del Centro Espacial Kennedy en la misión STS-51L. Era la misión número 25 de la flota de transbordadores espaciales. Así que habría pasado bastante desapercibida de no ser porque a bordo iba Christa McAuliffe, la que iba a convertirse en la primera profesora en el espacio. Y de no ser porque a los 73 segundos de vuelo el Challenger se desintegró tras el fallo de uno de sus propulsores de combustible sólido. Murieron sus siete tripulantes; fue la primera vez que la NASA perdió a alguien durante una misión.
El Challenger desintegrándose – NASA
Esta serie de cuatro capítulos cuenta la historia de esa misión y habla tanto de las siete personas que componían la tripulación –aunque con especial énfasis en Christa McAuliffe– como del proceso que llevó a tomar la decisión de lanzar. Aún a pesar de que algunos ingenieros de Morton Thiokol, la empresa que fabricaba los propulsores de combustible sólido, habían recomendado posponer el lanzamiento.
Para ello recurre a entrevistas con familiares de la tripulación y diversos empleados de la NASA y Morton Thiokol, así como algunos periodistas que en la época cubrieron el asunto. También participa el entonces general Donald J. Kutyna, miembro de la comisión que investigó el accidente.
Pero para mí se centran demasiado en la parte de quienes formaban la tripulación. Y muy poco en la causa del desastre y en cómo los responsables de la NASA, presionados a su vez por el gobierno, decidieron hacer la vista gorda una y otra vez con los problemas de los propulsores de combustible sólido con la idea de mantener una cadencia de lanzamientos imposible. Apenas 30 minutos del último capítulo se centran en eso y en la investigación posterior al accidente.
Y es que hacía años que algunos ingenieros de Morton Thiokol tenían el convencimiento de que el frío afectaba seriamente el funcionamiento de las juntas tóricas que sellaban las uniones entre secciones de los propulsores. Y de que sólo era una cuestión de tiempo que se produjera un accidente catastrófico. Pero ni tuvieron fácil hacer las pruebas necesarias ni cuando, la noche anterior al lanzamiento, se plantaron diciendo que no recomendaban el lanzamiento, les hicieron caso.
Aún así es una serie interesante para cualquiera con un mínimo de espaciotrastorno, aunque sólo sea porque incluye material inédito en algunos casos y muy poco visto en otros.
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