Por @Alvy — 12 de Diciembre de 2012

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Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

¿Puede la evolución de los automóviles redefinir lo que valoramos como importante a la hora de comprarlos, como a veces con los gadgets hoy en día? Hace unos días Toyota enseñó en una feria del sector su vehículo Smart INSECT, del que dicen han recibido cientos de reservas. Como todo coche «conceptual» es muy atractivo sobre el papel, y habrá que ver si supera los obstáculos técnicos para convertirse en algo real, que se pueda fabricar masivamente y además sea comercializable – pero en su planteamiento hay algunos puntos interesantes.

El pequeño vehículo eléctrico monoplaza, que parece un compacto aplastado por los lados y «más plano todavía» –o incluso una motocicleta con cubierta venida a más– ofrece algunas características de las habituales en este tipo de vehículos: motor eléctrico recargable, una velocidad adecuada para circular por la ciudad (máximo 60 Km/h), una autonomía algo limitada (50 Km) y un precio de capricho: unos 10.000 dólares (~8.000 euros).

Sin embargo, los parecidos acaban aquí. El concepto tras el INSECT –nombre que proviene de «information network social electric city transporter» es que el coche esté conectado a las redes sociales y otros sistemas de información a través de la «nube» de Toyota. Sí: un cloud como tantos otros de esos que ofrecen diversos proveedores para gestionar funciones avanzadas que no es fácil encontrar –al menos todas juntas y unificadas– en los vehículos actuales.

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El INSECT tiene una gran pantalla a modo de consola en la que se muestran mapas de navegación y callejeros detallados en conexión con el centro de datos de la nube de Toyota. Como detalle, además de eso, el coche reconoce el rostro del conductor para activar el arranque –mediante una webcam incorporada– y se comunica de viva voz, además de a través de mensajes «con un toque humano» en el panel. Entre otras «virguerías» puede abrir las puertas cuando se percata de que el conductor hace el gesto de apertura. También puede predecir las intenciones de quien está al volante para gestionar funciones como las luces, antinieblas, limpiaparabrisas y demás.

Para manejar el sistema de navegación no hace falta más que hablar: al estar conectado a la nube se recibe información en tiempo real del tráfico, se pueden trazar rutas alternativas y aprender de los caminos habituales que se recorren, para optimizarlos según diversos factores. Naturalmente, el vehículo se relaciona con el teléfono móvil y la tableta que el conductor pueda llevar encima, conectando todo ello a la red nada más sentarse al volante. Toda esta «inteligencia» se vuelve transparente para el conductor, que simplemente debe tratar con el «agente virtual» que gestiona todas esas funciones del vehículo.

¿Por qué resulta esto especialmente interesante? Prácticamente todo es software. La parte mecánica del vehículo en sí no es demasiado importante: podría ser más o menos grande, tener más o menos autonomía – ya irá mejorando. Lo interesante es la super-integración de todas esas funciones extra, propias de un teléfono inteligente o un ordenador de sobremesa más que de un vehículo de cuatro ruedas.

Podría suceder que alguna de ellas fuera tan potente, interesante o única en combinación con el coche que la compra de un coche en el futuro estuviera condicionada más por ese software que por las especificaciones del vehículo en sí. Una especie de killer app del mundo de las cuatro ruedas, como quien se compraba un iPhone por tener sus aplicaciones favoritas (o para jugar a Angry Birds) o quien elegía un teléfono Android porque podía programarlo y conectarle ciertos complementos de la plataforma. Los caminos de la tecnología de la información a veces son extraños y pueden acabar marcando los de otras industrias.

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