Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».
Algo tan de uso corriente como es el teclado de un teléfono en el que se pueden escribir mensajes con letras puede ser como un cuento de hadas y esconder toda una historia digna de ser contada, llena de altibajos, aciertos, fallos, situaciones extrañas, magia, héroes, villanos y quién sabe cuantas cosas más.
Desde hace interminables décadas los teléfonos cuentan con letras junto a los números, lo cual ha servido históricamente tanto para memorizar los números como para escribir textos. Pero ni siquiera la distribución de los teclas numéricas ha sido siempre la misma: las teclas de los números de los teléfonos y de las calculadoras están al revés, un detalle del que los más observadores se habrán percatado alguna vez.
Allá en la década de los 60 los Laboratorios Bell realizaron un montón de pruebas sobre la mejor forma de disponer las teclas numéricas (0-9) en los teléfonos: círculos, cuadrados y diversas orientaciones pasaron las pruebas con sujetos experimentales, hasta que se llegó a la disposición actual, probablemente la más práctica. En ese formato, del tipo 123/456/789, parece «natural» que las letras que están asociadas a los números tengan el orden correcto: 2/ABC, 3/DEF... Si se usara la otra disposición, la de las calculadoras, sería algo así como 7/ABC, 8/DEF, 9/GHU, 4/JKL, y resultaría un poco raro.
Naturalmente, en aquella época la única forma de teclear algo parecido a un mensaje era letra-a-letra, siendo lo más fácil utilizar varias pulsaciones para seleccionar la letra elegida. Dado que hay más letras que números y cada tecla tiene asignadas entre dos y cuatro letras, hay que distinguirlas. Es lo que técnicamente se conoce como «desambiguación». Ya por aquel entonces empezaron a suceder cosas raras en el cuento: ni la Q ni la Z parecían estar asignadas, y el número 1 solía estar libre. Esto venía heredado de la época en que se usaban para recordar los números de centralitas por zonas o barrios, como mnemónicos. Al final se estableció el estándar ISO/IEC 9995 para que todos los teclados de teléfonos fueran iguales.
Pero pronto llegaron los avances en miniaturización, potencia y pantallas más grandes que permitieron crear todo tipo de formas alternativas para escribir más rápido y mejor, especialmente con la llegada de los teléfonos móviles. Hay un excelente resumen en un ensayo titulado Nothing New Under the Thumb, donde irónicamente se habla de que en la última década los avances no han sido gran cosa, aunque se han visto todo tipo de iniciativas cuando menos curiosas, mas ninguna revolucionaria. Es interesante revisarlo para ver todos los problemas a los que se han enfrentado cada una de esas variantes.
Una avance fueron son los teléfonos con teclado QWERTY completo, popularizados principalmente por las agendas electrónicas y en especial por la BlackBerry. Estos teclados, no obstante, también tenían sus inconvenientes. Uno de ellos son los usuarios de «dedos grandes» (o «largas uñas», para el caso) que encontraban casi imposible usar teclas tan pequeñas sin pulsar alguna por error. El otro problema es que no todos los países usan el teclado QWERTY: por razones históricas los países francófonos usan el AZERTY y los germanohablantes el QWERTZ. Malas noticias para quienes pretenden crear un dispositivo universal fácil de fabricar masivamente sin tener que adaptar físicamente a cada país.
Para poder escribir sin teclados de más de 25 teclas surgieron otras alternativas. Una fue el teclado semi-QWERTY que intenta reducir a 20 teclas el QWERTY, asignando dos letras por tecla. También aparecieron fueron diversos tipos de teclados de los llamados «con acordes»: pulsaciones en las que si se combinaban dos o más teclas se obtenía la letra deseada al instante.
Una de las grandes revoluciones fue sin duda el «teclado predictivo» T9, que hoy en día puede encontrarse en casi todos los móviles. La idea en que se basa es utilizar un diccionario para intentar adivinar (en realidad, desambiguar) las letras que componen una palabra tecleada de forma rápida sin tener que especificar cada una de ellas. Si para BESO normalmente se teclearía 22337777666 (siendo 2-2 lo que permite elegir la B del grupo A-B-C, por ejemplo) con el teclado T9 bastaría usar 2376. Pero en realidad esa secuencia también se corresponde con CERO y otras palabras (o parte de palabras), así que ahí entra en juego parte de la magia del T9: el sistema muestra la secuencia estadísticamente más probable. Y con otra tecla extra se pueden elegir las otras posibilidades, llegado el caso.
Sin embargo, tal y como se cuenta en T9: Text on Nine Keys, un excelente repaso a la historia del T9, este sistema tampoco estuvo exento de problemas. Para empezar hubo que esperar a que los teléfonos fueran suficientemente potentes como para procesar la información y almacenar los diccionarios de palabras, aunque algunas versiones funcionaban sin diccionario, tan solo por reglas estadísticas, y muchos diccionarios ocupan unos pocos kilobytes.
Otro problema para el T9 fue que cada empresa quería incluirlo en sus teléfonos de una manera distinta. De este modo acabó siendo adaptado con iconos diferentes según cada modelo de teléfono, con teclas distintas para las funciones especiales (como «cambiar palabra» o «cambiar modo»), muy lejos de ser la soñada solución estándar y universal que hubiera sido ideal. Aun así, en la actualidad puede haber cerca de cuatro o cinco mil millones de teléfonos móviles con la tecnología T9, unos dos tercios de todos los existentes.
Estas historias son interesantes porque ahora que los tablets están de moda vuelven a necesitarse formas lo más óptimas posibles para la introducción de texto. Algunos de estos gadgets cuentan con teclados externos, pero muchos otros utilizan simplemente teclados en pantalla. Al ser más pequeños que los «teclados de verdad» resultan más propensos a errores y sin duda más lentos. Algunos utilizan técnicas «predictivas» o de desambiguación como las del T9, para ahorrar algunas pulsaciones ofreciendo sugerencias para autocompletar lo que se está escribiendo.
Otras técnicas son todavía más ingeniosas. Una de mis favoritas de todos los tiempos era Graffiti, el sistema de reconocimiento de caracteres de las Palm. Alguien tuvo la genial idea de desistir de intentar reconocer las complicadas letras manuscritas para darle la vuelta a la tortilla: éramos nosotros los humanos los que tendríamos que adaptarnos usando un nuevo tipo de escritura simplificada que la máquina pudiera reconocer mejor. ¿La clave? Graffiti se aprendía en diez minutos y luego era fiable al 99 por ciento. Todo un avance para su época.
Actualmente otras técnicas como Swype resultan también muy prometedoras por lo ingeniosas. Existen diversas variantes, pero la idea básica es escribir con trazos sin siquiera tener que levantar los dedos. Al igual que con el T9, el sistema distingue las palabras posibles que se pueden corresponder con los rasgos trazados, bien sea por las paradas y cambios de dirección o por pura búsqueda en diccionarios.
Otra idea similar es la de BlindType, procedente de una pequeña empresa que ha sido recientemente adquirida por Google. Esta tecnología corrige los errores de tecleo sobre teclados «virtuales» sobre la marcha, en función de los lugares en donde se han pulsado las teclas. Da igual si las manos se desplazan un poco: el teclado se reconfigura sobre la marcha para colocar las teclas donde se supone que se están pulsando, «adivinando» lo que queríamos decir. En el vídeo de demostración se pueden ver algunas de las posibilidades, incluyendo la más extraña y mágica: teclear sin teclado (!)
Todo lo relacionado con estos temas puede resultar sin duda apasionante, pues los avances permiten dejar volar la imaginación y son a la vez fascinantes. El príncipe azul del cuento es una solución realmente universal: que cada usuario utilice el sistema que mejor se adapte a lo que prefiera: teclado QWERTY, pulsaciones por letras, T9, reconocimiento de voz... Debería existir una interfaz universal que permitiera configurar cadagadget para recibir datos de esas interfaces, que podríamos llevar encima y que los diversos dispositivos lo reconocieran, fuera cual fuera. Si yo prefiero usar mi lápiz a usar bolígrafo o pluma, ¿por qué no usar lo que puedo llevar siempre encima para escribir a mi gusto?
Otro factor de todo esto es que nunca se puede prever si algo va a fallar por una razón inesperada. Un par de anécdotas sobre los sistemas basados en reconocimiento de voz pueden resultar la mar de ilustrativas. Es interesante porque estos sistemas hoy en día siguen sin terminar de despegar a pesar de que en los laboratorios se han conseguido avances impresionantes en cuanto a su fiabilidad. El porqué puede estar en dos razones colaterales, a cual más «imprevista».
La primera es el ruido ambiente que hay en muchas oficinas, que interfiere con el sonido de la voz que capta el ordenador para interpretar. Por suerte cada vez hay mejores micrófonos que evitan esas interferencias. Pero la segunda razón es más difícil de resolver: hablarle al ordenador genera un problema de falta de privacidad tremendo. Si estamos tecleando nadie sabe lo que estamos escribiendo; si estamos hablando por teléfono, podemos buscar un lugar más recogido para tener una conversación privada. Pero si tenemos que dictarle en voz alta un texto al ordenador que tenemos encima de la mesa, la cosa se complica. Está visto que en estos cuentos de hadas de los avances tecnológicos a veces aparece un lobo malo donde menos se lo espera.
{Foto: Sony Ericsson S500i (CC) Khedara}