El presidente Trump, en una rueda de prensa que dio bastante vergüenza ajena, anunció ayer que su administración ha determinado que el consumo de paracetamol durante el embarazo aumenta de manera significativa el riesgo de autismo en el bebé. Así que mejor no tomarlo.
Y, por si eso fuera poco, también anunció que el uso de un medicamento llamado leucovorina, mejora las capacidades comunicativas de las personas con esta condición.
El problema es que ninguna de las dos afirmaciones se sostiene bajo el punto de vista de la ciencia.
Todo esto viene de la promesa hecha por Robert F. Kennedy Jr. durante su proceso de confirmación como secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos –como ministro de sanidad, vaya– de que iba a encontrar la causa de la «epidemia de autismo» que sufre el país para este mes de septiembre. Lo que es una afirmación como poco arriesgada teniendo en cuenta que la comunidad científica lleva décadas estudiando el tema sin haber llegado a ningún tipo de conclusión en este sentido.
De hecho una de las posibles causas que ya han sido estudiadas en varias ocasiones es precisamente el consumo de paracetamol. Sin que ningún estudio haya encontrado relación alguna.
El más grande llevado a cabo hasta la fecha, que incluye a 186.000 niños cuyas madres fueron tratadas con paracetamol durante el embarazo de entre los 2,4 millones nacidos en Suecia entre 1995 y 2019 descarta relación alguna entre la administración de paracetamol y el autismo. Y, ya puestos, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad o cualquier tipo de discapacidad intelectual. Un estudio similar en Noruega, aunque de menor tamaño, arroja los mismos resultados.
Y, para sorpresa de nadie, tampoco hay nada demostrado respecto a la leucovorina. Aunque, curiosamente, fíjese usted qué casualidad, el doctor Mehmet Oz, el tercero en discordia en la rueda de prensa, vende ese producto a través de su empresa.
Ya lanzado, Trump insistió con la vieja cantinela de que los ingredientes de las vacunas o la administración de vacunas en un intervalo de tiempo muy corto podrían contribuir al aumento de las tasas de autismo en los Estados Unidos, sin aportar ninguna prueba médica. Más que nada porque no puede aportarla ya se trata de afirmaciones desmentidas hace tiempo así que no puede tener pruebas. Claro que la realidad y la verdad tampoco son algo que le preocupe mucho.
En cualquier caso esto le sirve a Trump para afirmar entre su electorado que ha cumplido una promesa más de su campaña electoral, que en realidad es lo que le interesa.
Pero lo malo es que pondrá a las mujeres embarazadas que no tengan acceso a mejor información en una situación de vulnerabilidad para tratar cualquier tipo de dolor. Por no hablar del sentimiento de culpabilidad que causará en aquellas que hayan tomado paracetamol durante el embarazo y tengan una hija o un hijo con autismo. Y también dará falsas esperanzas de mejora con el cuento de la leucovorina.
Otro problema es la cantidad de energía que habrá que emplear en refutar estas afirmaciones, por mucho que ningún otro sistema de salud del mundo se las vaya a tomar en serio. Como dice la ley de Brandolini, «La cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas».
Y anda que no tenemos cosas serias de las que preocuparnos como para encima tener que darle vueltas a esto.